UN NUEVO DÍA. ODA A LA ALEGRÍA.
Esta “Oda a la alegría” de Ludwing van Beethoven está dirigida
por un meritorio director japonés con un estilo asombroso que está al frente de
un prestigioso coro, disciplinado y multitudinario, organizado con la
perfección y la impecabilidad niponas que difícilmente pueden plagiarse y de
unos músicos sobresalientes.
Notas excelsas,
composición rememorada, melodía reconocida.
Voces al unísono, todas valiosas, todas notables, todas
brillantes.
Diez mil timbres distintos, unos gruesos, otros delgados: Señero
el tenor, oscuro el barítono, la mezzosoprano
suprema, distinguida la contralto. Decisivas las voces femeninas, prominentes las
masculinas. Ilustres las voces seniles, inocentes las voces infantiles. Revitalizadoras
las juveniles, insignes las adultas. Voces blancas, voces negras. Cada una
única, incomparable, necesaria.
Ensayo tras ensayo, todos los músicos acuerdan orquestar una
versión sublime del “Canto a la alegría” dirigidos por la armónica pericia del
director de orquesta.
El concierto emociona, estremece. Si no fuera por la
esperanzadora Música…
La denostada y resiliente Europa ha hecho de esta oda su himno
como espoleando con brío sus comunes valores, intenciones y desafíos.
La versión nipona hace de esta composición de Beethoven un canto
a la integración, a la diversidad y exalta la posibilidad de entendimiento y
cooperación entre todos los seres humanos con altura de miras, con conciencia
integradora y convicción de pertenencia al grupo.
Este coro, reunido en un estadio, es un símbolo de la superación,
de la certeza y de la solidez de la que son capaces muchas personas cuando se
ponen de acuerdo con un objetivo común.
El coro más grande del mundo es la Humanidad , y por utópica
que sea mi reflexión, aún creo que OTRO MUNDO ES POSIBLE si nos coordinamos,
ensayamos, practicamos, reinventamos, nos autodisciplinamos y participamos en
el concierto vital en armonía y sabiendo que la batuta que nos dirige sólo nos
coordina sin querernos doblegar ni dominar.