“Justo cuando conseguí encontrar todas las respuestas, cambiaron todas las preguntas.”
Una noche, el maestro se reunió con los discípulos, y les pidió que encendiesen una hoguera para que pudiesen conversar en torno a ella.
-El camino espiritual es como el fuego que arde ante nosotros –dijo-. El hombre que desee encenderlo ha de soportar el humo desagradable, que hace que la respiración sea difícil y que produce lágrimas en los ojos.
Así es la reconquista de la fe.
-Sin embargo, una vez que el fuego está encendido, el humo desaparece, y las llamas lo iluminan todo, dándonos calor y calma.
-¿Y si alguien encendiera el fuego por nosotros? –preguntó uno de los discípulos-. ¿Y si alguien nos ayudase a evitar el humo?
-Si alguien hiciese eso, sería un falso maestro que puede dirigir el fuego a su voluntad, o apagarlo en el momento que quiera. Y como no enseñó a nadie a encenderlo, puede dejar el mundo entero a oscuras.
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El discípulo se acercó al maestro:
-Durante años he buscado la iluminación –dijo-. Siento que estoy cerca.
Quiero saber cuál es el paso siguiente.
-¿De qué vives? –le preguntó el maestro.
-Todavía no he aprendido a ganarme la vida; me ayudan mi padre y mi madre. En cualquier caso, es un detalle insignificante.
-El paso siguiente es mirar al sol durante medio minuto –dijo el maestro.
El discípulo obedeció.
Al acabar, el maestro le pidió que describiese el campo a su alrededor.
-No puedo verlo, el brillo del sol cegó mis ojos –respondió el discípulo.
-Un hombre que sólo busca la Luz, y deja sus responsabilidades a los demás, acaba por no encontrar la iluminación. Un hombre que mantiene sus ojos fijos en el sol acaba por quedarse ciego –comentó el maestro.
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